Si el fútbol se divide en un antes y un después, es seguro que en el medio están Elías Ricardo Figueroa y mi infancia uruguaya. Antes, el fútbol era juego y era sueño, después se volvió otra cosa que no me importó más ni mirar ni entender. Mis goles empezaron y se terminaron en el estadio Centenario.
Como muchos, tuve el privilegio de admirar la elegancia de ese Miguel Ángel de la pelota. “Pintaba” con las piernas y con la cabeza, nunca con la mano, pues Figueroa era un señor no sólo afuera sino también adentro del campo: respetaba las reglas, ese artista de libertades.
Como pocos, tuve la suerte de encontrar en Santiago de Chile a quien fue número 2 de Peñarol, treinta y tres años después. Así es que ésta no quiere ser una entrevista, solamente, a uno de los veinte mejores jugadores, según la Fifa, de todos los tiempos. Ni tampoco el cuento de los siete cuadros en los que “Don Elías” –como lo llaman en Chile sus chilenos– jugó entre Uruguay, Chile, Brasil y hasta Estados Unidos. Preguntas y respuestas tratan de ser, simplemente, un homenaje a la memoria de un pueblo. El pueblo de aquellos que llenaron sus vidas de goles, como el poeta sus sonetos de amor.
¿Cuándo dio la primera patada a una pelota?
“Yo tengo una historia que, en realidad, no era para ser jugador de fútbol. A los dos años, y hoy tengo cincuenta y ocho, me hicieron traqueotomía a causa de una difteria y quedé con problemas de corazón y con asma. El médico le dijo a mamá que nunca iba a ser un niño normal, que nunca iba a poder correr, que nunca iba a poder hacer nada, porque me venía el asma. Yo nací en Valparaíso, al lado del mar, y a raíz de mi enfermedad mi padre, cuando yo tenía cinco años, nos mudó por el clima a una ciudad del interior que se llama Quilpué, y que es un valle. Depués pasé a otra ciudad, Villa Alemana, en la que crecí”.
¿Enfermo hasta cuándo?
“Tuve ese problema como hasta los ocho años. Entonces yo veía jugar a los amigos, a veces quería salir a correr con ellos y eso me forzó mucho a jugar al balón, a jugar al fútbol. Yo corría un poco y me venía el ataque de asma. Pero de esa manera empecé a ser un niño normal. Y sí me acuerdo de la primera vez, porque mi madre no me dejaba y me retaba. Cambié una bolita por una pelota y por la noche a escondías jugaba, calladito. Hasta que un día corrí y no sentí más nada”.
¿El primer cuadro?
“Empecé a jugar en un equipo de Quilpué, Alto Florida, a las infantiles. Y así fue hasta que a los once años tuve un principio de poliomelitis. Estuve en cama casi un año, no sentía mis piernas. Estaba como destinado a dejar todo…Pero creo que la fe y las ganas me hicieron volver a caminar con muletas y con ayuda de mis tres hermanos y de mi familia. Comencé de nuevo y siempre he dicho que el mayor triunfo que yo tuve, fue una noche que, sentado y solo al lado de la cama, empecé a caminar despacito. Sentí que me curaba. Y de allí ya no paré. Además el hecho de estar tanto tiempo en cama me hizo crecer mucho y adelgazar”.
¿Cuándo se dio cuenta de que el pobre niño tenía un porvenir de rica estrella?
“Alrededor de los catorce años. Yo era infantil en el equipo de la ciudad, pero me empezaron a llamar para reforzar el equipo de primera. Jugaba con los adultos y me dí cuenta de que realmente podía tener algo. A los quince me vino a buscar Santiago Wanderers, un equipo de primera división de Valparaíso. Me pruebo en cadetes, pero estaba justo mirando el técnico de primera división, don José Pérez, un argentino que tenía el equipo de honor. Yo jugaba volante, nunca fui central. Él me vio y me dijo: ven a entrenar con el equipo de primera. “Si andas bien, te dejo”. Yo ya tenía un físico, comparado con el físico de los chilenos, muy alto. Un metro ochenta a los quince años. Entrené con el plantel de primera y me dejaron”.
¿Se acuerda del debut?
“Fue en el equipo de honor de Wanderers. Debuté en un amistoso con permiso notarial y con permiso médico. Después, un día en una selección juvenil chilena, a la que fui a los dieciséis años, faltó un central y el técnico dijo: “Pongan al grandote”. Más tarde fui a un Sudamericano en Colombia, volví y Wanderers me cedió a otro equipo de primera, Unión La Calera, que hoy juega en segunda división. Hice un año espectacular. Salté a la selección adulta inmediatamente y ahí quedé hasta que me retiré: de los diecisiete hasta los treinta y cinco años. Jugué el Mundial del ‘66 en Inglaterra, del ‘74 en Alemania y el del ’82, en España. Chile no fue al del ‘70 ni al del ‘78. Si se clasificaba, yo habría jugado cinco Mundiales. De cualquier manera jugué cinco eliminatorias”.
¿Por qué defensor, por qué número 2?
“Porque yo era grande. A mí nunca me gustó. Yo jugaba volante, numero ocho o cinco sería en Montevideo: como el Tito Goncalves, como el Pedro Rocha de mis tiempos. Ésa era mi posición. Tenía buena técnica y me sirvió mucho. En Uruguay me pusieron “Mister Lujo”.
¿De Chile al Uruguay? ¿Por qué?
“En enero del ‘67 fuimos a jugar allá el Sudamericano y se interesaron por mi Peñarol e Independiente. Yo estaba en Argentina ya haciendo los exámenes médicos para transferirme a Independiente cuando llegó Cataldi de Montevideo con el puchito de dirigente en la boca. Me dijo que esa noche cerraban la inscripción y que él me quería en Peñarol. De Buenos Aires me levantaron para Montevideo y realmente creo que fue una feliz determinación. Porque yo me casé con quince años (mi señora es chilena) y cuando llegué a Uruguay ya tenía dos hijos. Ellos se criaron en Montevideo y yo siempre dije que en Uruguay me recibí de jugador de fútbol. Llegué a un equipo, Peñarol, que era campeón del mundo y lleno de figuras”.
Después hablaremos de Peñarol. Antes, dígame: ¿cuáles son las características del buen defensor?
“Primero, ser inteligente. Segundo, al atacante, cuando viene con el balón, hay que hacerle hacer lo que uno quiere y no lo que él está pensando. Te cierro a un lado y te mando para otro lado: decido yo, decide el defensor. Un defensor tiene que tener liderazgo, mucha “explosión” y muy buen juego aéreo”.
La cabeza de Figueroa, cómo olvidarse..
Él sonríe y agrega: “Tiempo y distancia, éstas son las características del defensor”.
¿Quién fue el atacante más bravo que le tocó marcar?
“Jugué en una época en que había muchos atacantes. Tuve la suerte de jugar contra un Pelé, contra un Rivelinho, contra un Spencer. Me tocó enfrentar a un Gerd Müller, a un Artime. Enfrenté a Maradona, a Cruyff, a Bobby Charlton, a Beckenbauer…”.
¿Quién es o fue el mejor jugador del mundo?
“Para mí sigue siendo Pelé”.
¿Mejor que Maradona?
“Yo creo que Maradona es más hábil. Pero en el conjunto, Pelé cabeceaba y era fuerte. Era un jugador más completo”.
¿Qué es lo primero que le pasa por la cabeza cuando piensa en Peñarol?
“El mundo. Yo recorrí el mundo con Peñarol, pues antes se hacían muchas giras. Yo me hice jugador en Montevideo, que fue mi Universidad de fútbol. Ya había jugado un Sudamericano y un Mundial con Chile, pero yo era un jugador muy nuevito. Me faltaba la personalidad que adquirí en Uruguay. Me faltaba la mentalidad ganadora: ese Peñarol era dueño de casa en cualquier parte del mundo. El Tito, Forlan, Matosas, Pedro Rocha -extraordinario-, Joya, Spencer, Abadie, Silva el pescador, Caetano, Mazurca el chiquito… Jugando en ese equipo, yo aprendí que no existe la visita. “¿Cuidemos porque no estamos jugando en casa?”. ¡No, por favor, nunca! Ese cuadro era ganador. Yo no sé si el éxito tan grande que tuve después en Brasil hubiese sido tal si yo voy de Chile a Brasil sin pasar por Uruguay”.
¿Qué queda de su experiencia en Brasil?
“En Brasil, soy elegido el mejor jugador extranjero del siglo y tres veces el mejor jugador de América. Nadie hasta hoy fue elegido tres años seguido como yo he sido (’74; ‘75 y ‘76 en el Internacional de Porto Alegre), ni Pelé ni Maradona. Ese fue el mejor equipo de la década. Bueno, conmigo jugaban Falcao y Paulo César Carpegiani, Manga en el arco, que fue también golero de Nacional. La verdad es que me fue muy bien en Brasil”.
¿Siempre jugó con la camiseta número 2?
“Sí. O con la número 3, que en Brasil correspondía a la 2. Nunca cambié camiseta”.
¿Cuál fue el partido de su vida?
“Yo diría que fueron tres: cuando fuimos a jugar con Chile la eliminatoria a Rusia el 23 septiembre del ‘73, es decir dos semanas después del golpe militar acá en Santiago. Todo el pueblo ruso en contra…Yo me fui de Brasil y me acuerdo que el viaje fue muy accidentado: tenía que juntarme en París con los dirigentes, pero no es taban, t ípico s dirigentes sudamericanos … Después, pasé por Frankfurt y al final llegué. Creo que ha sido uno de los mejores partidos de mi vida: empatamos cero a cero. Rusia creía que nos ganaba, tenía un equipazo. Teníamos que jugar de vuelta, pero Rusia no quiso venir. Yo creo que si Rusia nos gana allá, hubiese venido a jugar acá”.
¿Los otros partidos inolvidables?
“Cuando Internacional salió por primera vez campeón brasileño. Jugamos la final contra Cruzeiro y el gol fue mío: ganamos uno a cero. “El gol iluminado”, le llaman en Brasil, porque curiosamente cuando yo salto para cabecear, en la televisión y en las fotos de los diarios de entonces se nota un halo de luz alrededor mío. Y nadie sabe de dónde sale ese halo de luz. Primera vez que un equipo del Sur –pues Internacional y Gremio lo eran– salía campeón”.
¿El tercero y último?
“Otro partido inolvidable fue con Peñarol contra un equipo chico, más aún que los clásicos: siempre anduvimos bien con Nacional. Creo que era Rampla Juniors. Yo cabeceé al arco una pelota, el arquero me la ataja y saca rápidamente. Me vuelvo corriendo para mi área de defensa y en el contrataque de Rampla, el chiquito Mazurca sale a cortar. Pero se la pasan por arriba, la pelota. Y ya va entrando. El otro, el atacante, se va corriendo sin darse cuenta que mientras tanto yo, que recién había cabeceado en la parte opuesta de la cancha, la sacaba de chilena debajo del arco. El cronista Solé comentó en la radio: “¡Pero de dónde aparece ese chileno!”.
¿Le tiene más cariño o amor al Uruguay?
“El Uruguay a mí me encanta, lo adoro. Yo lo quiero mucho y además le debo mucho. Nunca me voy a olvidar de los hinchas. Me acuerdo que estábamos en la cancha de Defensor. Hice una jugada realmente linda y de atrás, uno de ellos de repente me gritó: “Chileno, vos sos de otro planeta. Dejá algo pa’ el domingo. ¡No la gastes toda!” Yo me reía solo”..
¿Fue ése el público de su vida o hubo más públicos?
“Yo me identifiqué mucho con dos hinchadas: la de Peñarol en Uruguay y la de Internacional en Brasil. Mucho más que con la hinchada de Chile. En Chile, mi público fue el de la selección, no tuve el público de un cuadro como en los otros dos Países”.
¿La formación de su vida?
“Mazurkiewicz, Figueroa y Matosas, Forlan, Goncalves y Caetano, Abadie, Rocha, Silva, Spencer y Joya. Con ese equipo nos paseamos por el mundo. Una vez le hicimos cuatro goles a Barcelona. Y en Italia, también nos paseamos por ahí”.
¿Fútbol de ayer y de hoy: son más las diferencias o las semejanzas?
“Hay mucha gente que cree que el futbolista de ayer no podría jugar en el fútbol de hoy. Yo hago la pregunta al revés: ¿cuántos futbolistas de hoy podrían haber jugado en el fútbol de ayer? Técnicamente, hoy no es un gran fútbol. Teniendo fuerza, uno puede jugar. Antes había más calidad y el fútbol se disfrutaba más, uno se identificaba con el equipo. Yo estuve cinco años en Peñarol. Hoy en día hay jugadores que pasan un año en tres equipos”.
¿Porqué hay menos calidad?
“Antes que nada, los campos. Uno empezaba a jugar en los campitos, en las veredas y hasta la nochecita. Uno venía con la malicia, sobre todo el sudamericano: ¿se acuerda del Pepe Sasía? Tremendos goles… Jugadores machos, además. Hoy, los empresarios han influido demasiado sobre el fútbol, hoy los jóvenes juegan con Internet. A mí, el Real Madrid me quiso siempre cuando yo estaba en Peñarol, pero yo preferí ir a Brasil. En esa época Europa no pagaba tanto y los mejores jóvenes no se iban a España y a Italia, come se van hoy. Con el tiempo fueron quedando los “menos mejores” y los “viejos” que volvían. Y eso comenzó a dar una caída al fútbol nuestro y principalmente al fútbol uruguayo”.
¿Hay muchas diferencias, hoy, entre el fútbol sudamericano y europeo o vivimos en una época de globalización de la pelota?
“Hubo un poco de diferencias años atrás. Nosotros técnicamente siempre hemos sido mejores jugadores que los europeos. Pero los europeos han tenido la inteligencia de la administración del fútbol, que es más difícil. Si usted ve las ligas europeas, los goleadores y los mejores jugadores son sudamericanos. Un tiempo Sudamérica quiso jugar a lo europeo: Argentina y hasta Brasil querían jugar al choque y no fue muy mal. Sin embargo, los europeos adquirieron algo de la escuela sudamericana”.
¿Qué enseñan y qué se puede aprender de las dos escuelas, la europea y la latino-americana?
“Para nosotros, el fútbol sigue siendo juego. Ellos son más automáticos, más profesionales. Si un sudamericano tiene que hacer una jugada, la hace. Nosotros disfrutamos más”.
¿Cuál fue el mejor cuadro de fútbol?
“De los que yo ví, fue “mi” Peñarol del ‘66 al ‘69, fue Santos en la época de Pelé, fue Independiente, aquél que ganaba un montón de copas. De los europeos, bueno, no alcancé a ver el Real Madrid de Di Stefano que dicen que era extraordinario. También pienso en Italia, que siempre ha tenido buenos equipos, no quizás los mejores del mundo. Y Hungría en el ‘68”.
¿Por qué un jugador tan “internacional” como Figueroa nunca jugó en Europa?
“Pelé nunca jugó en Europa”.
Pero Maradona sí…
“Es verdad. Es que cuando me quisieron llevar a Europa, al Real Madrid, Brasil era tri-campeón del mundo. Pelé, Rivelinho, Jairzinho….Me pagaban lo mismo y además me quedaba en Sudamérica. Así fue. Quizás hoy en día es otra cosa: todos quieren ir a Europa. La diferencia económica es enorme”.
¿Mucha plata, mejor fútbol o al revés?
“Yo creo que es un poquito al revés. Yo estoy de acuerdo que los jugadores ganen mucho dinero. Pero que demuestren en la cancha que lo merecen”.
¿Qué piensa y qué conoce del fútbol italiano?
“Hoy es fácil verlo, incluso porque hay algunos jugadores chilenos en Udinese (Pizarro) y en Livorno (Vargas). Antes no ocurría: una vez estuvo Jorge Toros muchos años en Sampdoria. Antes no te “veían”: o te compraban en un Mundial o era difícil salir del país. Para mí, el campeonato italiano es el más atractivo del mundo. El de España también me gusta. El fútbol inglés, en cambio, menos: es sólo mucha fuerza”.
¿El jugador italiano que le gusta o le gusto más?
“Yo enfrenté, siendo muy niño en el Mundial de Inglaterra, a Rivera y a Sandrino Mazzola. “Il bambino d’oro”, le decían a Rivera, que conocía sólo a través de los diarios y de la radio. Leyendas… También Maldini, tanto el papá como el hijo. Con Peñarol hacíamos muchas giras por Italia. Preciosos recuerdos”.
¿Y de los jugadores italianos de hoy: Totti, por ejemplo, le dice algo?
“Yo diría más Del Piero, estilo diferente. Y no me olvido de Scirea, jugador inteligente. El fútbol no ha cambiado y se crea desde atrás. El fútbol tiene dos momentos: cuando la tiene el rival, la pelota, y cuando la tengo yo. Cuando la tienes tú, yo te tapo el espacio. Cuando la tengo yo, yo busco el espacio. Todo fin de un ataque es el gol. La idea es que la mayoría de las veces salga bien jugado un balón para que se transforme en ataque “nuestro” y no en un pelotazo, porque si no, después, viene inmedi- atamente el ataque del rival. Los antiguos siempre decían: atacar por la orilla y gol por el centro. Hay que abrir la cancha”.
¿Quién ganará el próximo Mundial en Alemania?
“Alemania tiene muchas chances por ser dueño de casa. Pero el equipo no ha andado bien, lo vi jugar con dudas. Al final, las selecciones con más posibilidades son cuatro: Brasil, Argentina, Italia y Alemania. Con dos sorpresas: ¿Dinamarca? Quizás. Francia no creo, está en la curva descendente”.
¿Cuántos goles hizo el defensor Figueroa?
“Creo que fui una de las primeras defensas de Sudamerica en ir al ataque, ¿no? No fueron siempre goles de pelota parada o de corner, pero soy uno de los defensas más goleadores en el fútbol de Brasil: diez, doce goles por temporada”.
¿Qué era lo que hacía mejor, en su opinión?
“En mi opinión, era la tranquilidad que tenía en el área. La frialdad que tenía cuando me llegaban. Y la creación, que nunca la perdí. Cuando menos lo esperaban, yo salía jugando, pasando a uno, dos, tres. Lo mejor que tenía, me parece, era la ubicación”.
¿Deporte, trabajo o poesía: qué fue el fútbol para usted?
“Para mí, el fútbol fue el que me salvó un poco mi vida: de niño fui contra la lógica de los médicos (“nunca va a poder correr”). El fútbol fue mi esperanza. Y después, mi divertimiento. Y después, un medio de vida y de conocer el mundo. Muchos amigos y una buena familia”.
¿Sus dos hijos jugaron al fútbol?
“No. Ricardo era basketbolista, muy bueno. Y Marcela tampoco. De los tres nietos que tengo, el mayor, Mauricio de 23 años, jugaba bien al fútbol. Y jugaba en la misma posición mía. Pero yo siempre dije: le faltó el hambre. Le faltaron esas ganas, esa perseverancia, quizás, que yo tuve. Yo seguí estudiando, tengo el tercer año de Leyes y me recibí de periodista a los treinta y tantos en Chile, estudiando de noche. Traté de darle al futbolista también una posición “social”, no me preocupó sólo el futbolista “jugador”. Fui gerente técnico de la selección chilena. En mi vida traté de ser futbolista pero al mismo tiempo padre y esposo”.
¿Qué recuerdos le dejaron Uruguay y Brasil?
“Me quieren, siento un respeto grande de la gente. Yo siempre supe que el futbolista termina muy pronto, pero la persona continúa. Hay jugadores que nunca han pensado eso: creen que van a ser futbolistas por toda la vida”.
¿Ganó mucha plata o lo que era necesario?
“Para la época ganaba bien, hice inversiones y hoy tengo una empresa de vino y de seguros”.
¿Sigue mirando el fútbol o ese ciclo se terminó?
“Nosotros no somos “ex” jugadores. De hecho, uno sigue siendo futbolista dentro de sí mismo. Muchas veces juego en Viña del Mar, cerca de Valparaíso, donde nací. Tengo un equipo que se llama “Don Elías y sus amigos”. Y tengo un programa que se llama “fútbol por la paz”, que es con las Naciones Unidas, de las cuales me nombraron embajador y enviado especial. Soy presidente de un grupo de jugadores a nivel internacional. Armamos eventos a beneficio, a favor de los niños del mundo”.
¿Cuál es el mejor jugador afuera de la cancha que usted conoció?
“Pedro Rocha, Pedro Virgilio. ¡Qué persona ese uruguayo! Él sigue viviendo en Brasil. Sin quitarles mérito a todos los otros que he conocido, para mí, Rocha es una figura extraordinaria. Ahora cuando estuve en la gala de Londres para festejar los cien años de la Fifa –la Federación inter- nacional de fútbol– con los cien mejores jugadores de la historia elegidos por la misma Fifa, por periodistas y por Pelé con un grupo de expertos, me dolió mucho que Pedro Virgilio no estuviera en esa lista. No sé realmente porqué. A mí me pusieron entre los veinte primeros. Pero Rocha tendría que estar entre los diez mejores del mundo”.
(Capítulo de mi libro “Si el mundo se acaba aquí”, por Artes Gráficas Integradas e Instituto Italiano de Cultura de Buenos Aires, Buenos Aires, 2005)