Ética y periodismo en Italia: ejemplos y palabras, honestidad y claridad de la comunicación

Para quién vive en Italia y trabaja como periodista en Italia el tema ético es un tema tan natural que hasta parecería que no existiera. Yo creo que sería difícil, por ejemplo, hacer un convenio sobre ética y periodismo en Roma o en Milán, pues el periodismo no es una religión y ni siquiera una ciencia, quizás sea solo un arte, arte de comunicación. Yo nunca me olvido de la lección de un maestro italiano, más aún maestro europeo de periodismo, que se llamaba Indro Montanelli y que fue también mi maestro. Tuve esa suerte y ese privilegio. “Il giornalismo libero non esiste; esistono i giornalisti liberi”, decía, o sea la prensa libre es una linda utopía, pero la realidad es que la independencia puede garantizarla solo la persona-periodista, el individuo que con la fuerza de su conciencia, y lógicamente de su profesión, trate de aplicar las reglas básicas -o sea éticas, me parece- del periodismo.

Así que la primera respuesta al interesante desafío sobre la “demanda ética en los medios  a la luz del decreto Inter Mirifica” es que no existe, no puede y yo creo que no debe existir un “sistema” de prensa, sobretodo para un pueblo tan individualista como el pueblo italiano -pero más o menos todos nosotros de los pueblos latinos somos individualistas- y sobretodo para los periodistas, que son los individualistas de los individualistas.

¿Eso quiere decir que el periodismo italiano escribe y habla sin leyes penales ni morales?

¿Eso quiere decir que el mensaje de la comunicación puede ser el mensaje cualquiera, que no respeta la dignidad de la persona, la verdad de los hechos, la honestidad de las opiniones? Lógicamente no. Pero en éste sentido los periodistas en Italia tienen la fortuna del ejemplo: y el ejemplo es ética que se hace hombre o mujer. Pero a veces también que se hace cosas.

El primer ejemplo es un ejemplo laico y escrito, y es la Constitución de la República italiana del 1948. Hoy en Italia se discute mucho de cambiarla, se discute desde hace veinte años, por la verdad, de cambiarla, pues el tiempo que pasó la hizo un poquito vieja. Pero más se habla de cambiarla, y más a mi me gustaría que quedara tal cual es. Y la Constitución, o sea la ley fundamental del Estado y de la convivencia entre los ciudadanos en uno de sus primeros artículos, el 21, dice: “Tutti hanno diritto di manifestare liberamente il proprio pensiero con la parola, lo scritto e ogni altro mezzo di diffusione. La stampa non può essere soggetta ad autorizzazioni o censure”. Esta libertad constitucional es una medida laica y política, pero yo no encuentro palabras mejores para decir que es ética pura, ética cotidiana que todos los periodistas no solamente conocen, pero tratan de aplicar en su difícil trabajo.

Además la casi antigua pero siempre más moderna Constitución de la República, que es la primera fuente de inspiración de todas las leyes y entonces de todas las costumbres, las exigencias, los sueños y los sufrimientos de los italianos, da otra demostración de ética pública, en el importante artículo 7: “Lo Stato e la Chiesa sono, ciascuno nel proprio ordine, indipendenti e sovrani. I loro rapporti sono regolati dai Patti Lateranensi”. Dicho con otras palabras mucho más famosas: “Date a Cesare quel che è di Cesare e a Dio quel che è di Dio”.

La división de poderes y libertades es algo que los periodistas italianos, pero yo diría la sociedad italiana entera, tienen bien entendido y claro. Ustedes saben que Italia es, quizás, el País más católico del mundo, o por lo menos su tradición histórica esto diría. Bueno, el periodismo vive esta realidad de manera libre y moderna. Yo hablaría de la paradoja de la ética.

La larga mayoría de la prensa es laica, pero hay diarios católicos, leídos y prestigiosos. La mayoría de la gente no va a la misa el domingo, pero el noventa por ciento de las familias italianas inscribe a sus hijos a la libre hora de religión en las escuelas públicas. Y también hay importantes escuelas y facultades católicas, como es conocido.

Italia es el País que en este momento hace menos hijos en Europa: 1,2 por pareja. Pero es también el País con el más bajo porcentaje de divorcios y separaciones. En Italia la mayoría de los ciudadanos eligieron de confirmar por referendum una ley que legalizó el aborto. Pero la mayoría de la gente, una de la más altas mayorías en Europa según estadísticas, está en contra de la clonación. Más todavía: no nos gusta, en Italia, ni siquiera la clonación de los productos alimentares. Y ésta también me parece una decisión de alguna manera ética, pues sería espantoso que la tierra de la pasta, de la pizza, del aceite, del vino y de todo el bien de Dios, come se dice en Italia, estuviera de acuerdo en arruinar a sus maravillosos productos originales. La química no es ética, y si hay que elegir entre química y ética, los italianos eligen, eligieron y yo pienso que siempre eligirán la ética.

En este sentido yo hablaría hasta de una belleza interior, la belleza del ánimo, que corresponde a la belleza exterior no solo de la tanto famosa comida italiana, sino también de la moda, de la Ferrari, del bel canto, de Pavarotti o de Michelangelo, de Bocelli o de Leonardo. ¿Come puede, entonces, un periodista, que es el reflejo y a la misma vez el espejo de la sociedad en que vive, quedarse insensible a todas estas riquezas, que son riquezas interiores antes de ser, a veces, también exteriores? ¡No puede!

Lo sabía entre otros y mejor que otros Jorge Luis Borges. El ciego que miraba lejos, escribía:

“Carlyle quería reducir la intricada historia del mundo a las biografías de los héroes. De hecho, cada nación o cada una de las altas aventuras de nuestra especie acaba por cifrarse en un hombre; en el caso de Italia no cabe duda sobre la figura simbólica. Pensar en Italia es pensar en Dante. En esta equivalencia creo advertir una singular felicidad, que trasciende el hecho de que Dante sea el primer poeta de Italia y tal vez el primer poeta del mundo. ¿Qué elementos integran lo que hemos convenido en llamar la cultura del Occidente? Dos muy diversos: el pensamiento griego y la fe cristiana o, si se prefiere, Israel y Atenas. En cada uno de nosotros confluyen, de un modo indescifrable y fatal, esos antiguos ríos. Nadie ignora que esa confluencia, que es el acontecimiento central de la historia humana, es obra de Roma. En Roma se reconcilian y se conjugan la pasión dialéctica del griego y la pasión moral del hebreo; el monumento estético de esa unión de las dos direcciones del espíritu se llama la “Divina Comedia”. Dios y Virgilio, la triple y una divinidad de los escolásticos y el máximo poeta latino, traspasan de luz el poema. Esta armonía de la antigua hermosura y de la nueva fe es una de las múltiples razones que hacen de Dante el poeta arquetípico de Italia y, por ende, de todo Occidente.

La circunstancia lateral de que las palabras de este homenaje, escritas en un continente lejano, pertenezcan a un tardío dialecto de la lengua de César y Virgilio es una prueba más de esa omnipresencia de Roma. Se repite que todos los caminos llevan a ella; mejor sería decir que no tiene término y que, bajo cualquier latitud, estamos en Roma” (Giorgio Otranto, “Italia e Argentina: un rapporto antico, anzi, nuovo”, Università degli Studi di Bari, Cacucci Editore, Bari, 2003).

También otro grande personaje, sin lugar a dudas el más amado y también respetado de Italia, y quizás del mundo, Juan Pablo II, habla de su divino encuentro con Roma, justo en lo años en los que Pablo VI se dedicaba, también, a la Inter Mirifica.

“Già negli anni degli studi a Roma e poi nelle periodiche visite che facevo in Italia come Vescovo, specialmente durante il Concilio Vaticano II, è venuta crescendo nel mio animo l’ammirazione per un Paese in cui l’annuncio evangelico, qui giunto fin dai tempi apostolici, ha suscitato una civiltà ricca di valori universali e una fioritura di mirabili opere d’arte, nelle quali i misteri della fede hanno trovato espressione di immagini di bellezza incomparabile. Quante volte ho toccato, per così dire, con mano le tracce gloriose che la religione cristiana ha espresso nel costume e nella cultura del popolo italiano, concretandosi anche in tante figure di Santi e di Sante il cui carisma ha esercitato un influsso straordinario sulle popolazioni d’Europa e del mondo. Basti pensare a San Francesco d’Assisi e a Santa Caterina da Siena, Patroni d’Italia”. (Parlamento Italiano, Roma, 14 de noviembre de 2002).

Y justo por esta razón, la razón que hasta la belleza puede confundirse y fundirse con el anuncio apostólico, volvamos a Indro Montanelli, che escribía con una belleza de idioma nunca más por nadie tocada y que de esa manera anunciaba laicamente como será el periodista de mañana: será protagonista él solo -si sabe y si puede- de su misión pública. Él como persona y no como anónimo engranaje de un anónimo sistema. Y otra vez la ética vuelve en primer plano, pues la rectitud es el presupuesto de la misma profesión, “la recta conciencia” para usar las palabras, casi las misma palabras, del decreto Inter Mirifica.

El periodismo puede ser bueno o puede ser malo, puede ser de derecha, de izquierda o de nada, puede ser brillante y exitoso o gris y también incapaz. Pero tiene que ser honesto, si es periodismo. Honesto no quiere decir neutral, no existen las noticias neutrales ni las cabezas neutrales ni los corazones neutrales; y un periodista es un hombre o una mujer de cabeza y de corazón. Honesto quiere decir simplemente hacer todo lo posible en el poco tiempo que lamentablemente siempre tiene un periodista a disposición, para darse cuenta si la información que va a dar es verdadera, completa, periodística -o sea de interés para los demás que la van a leer o a escuchar- y no difamatoria, por supuesto.

En este sentido y sin divinizar el asunto, yo pienso que el periodismo en Italia sea fundamentalmente honesto. O sea, por lo menos tiene todas las características que requiere la honestidad intelectual. Una fuerte pasión, que en Italia abunda en todos los sectores periodísticos (de la política al deporte, hasta la economía: en Milano uno es hincha hasta de la bolsa de Milán, y no solo del cuadro de fútbol Milan o Inter); la fuerte pasión en cierta medida no es mala. Yo prefiero siempre un diario que critica, aunque critique cosas sobre las cuales uno no esté de acuerdo, a un diario sin opiniones. Los hechos separados de las opiniones lo dicen casi siempre aquellos que no tienen opiniones. O que nos están dando opiniones, diciéndonos que son hechos. Y yo mismo en este momento estoy dando una opinión…

Honestidad, entonces, que es la madre de la claridad, de la transparencia, otra característica del periodismo en Italia. “Dire pane al pane e vino al vino”, o sea decir las cosas exactamente como son o como parecen ser es un concepto que en Italia suena positivo, aunque no tan fácil de aplicar. Todos sabemos y escribimos sobre el conflicto de intereses que inevitablemente se crea cuando un propietario de medios de comunicación decide de hacer política, más aún cuando gana las elecciones. Yo creo que la conciencia del problema, es el primer paso decisivo para resolverlo. Decir pan al pan, entonces, significa dar a los lectores y en este caso electores las informaciones necesarias para discutir sobre este tema político-filosófico que hoy atraviesa las sociedades más abiertas y no solo Italia; significa también dar a los protagonistas del caso la posibilidad de expresar todas sus razones; significa, al final, dar al Parlamento el cuadro completo para la solución legislativa del caso.

“Con libertad ni ofendo ni temo”, decía José G. Artigas, el prócer uruguayo, y yo pienso que la receta sea universal: todo conflicto se resuelve discutiéndolo públicamente y con libertad. Por eso la comunicación tiene que ser clara y directa, tiene que simplificar mensajes complicados; la comunicación o es para todos, o no es comunicación.

Una vez se decía que el periodismo tenía que seguir tres reglas con la “i”: “informare, intrattenere e istruire”. En español el juego de palabras no ayuda -informar, entretener y enseñar- y además la idea de enseñar es discutible de por sí (podríamos hablar hasta mañana sobre si el periodismo tiene una función pedagógica, o más bien, divulgativa). Pero igual esos tres objetivos demuestran que la categoría de periodistas libres no es anárquica. Es más. Cuando uno empieza la carrera de periodista, siempre aprende que la noticia tiene que respetar a cinco criterios, que son cinco preguntas sobre cada hecho: “chi, che cosa, dove, quando e perché?”, o sea las bases mínimas y yo diría éticas para poder aclarar el sentido de un hecho: quién lo cometió, qué cometió, donde, cuando y porqué.

Si uno respeta a esos pequeños, grandes interrogativos indirectamente y laicamente contesta, también, a los problemas sublevados cuarenta años atrás por el decreto Inter Mirifica sobre el derecho de información, el rol de la opinión pública, el deber, mejor dicho, los deberes hacia los destinatarios, lectores o espectadores que sean.

Entonces ética en el periodismo quiere decir honestidad en el aproche con la información, claridad en darla y sencillez en explicarla. Quizás este sea el punto débil de la sociedad moderna: cuanto más simples y a veces demasiado simples parecen los acontecimientos, tanto más difícil es explicarlos. Porque explicar quiere decir antes que nada preguntar, preguntar y otra vez preguntar. Escavar atrás de la noticia, tratar de entender porqué pasó, escuchando todas las campanas que suenan sobre el asunto. En la época de Internet estamos inundados de informaciones, pero somos naúfragos de acontecimientos. Nos pasa que no sabemos más distinguir la noticia que es importante de aquella que es inútil; nos pasa que no sabemos hacer, periodísticamente, lo que en la escuela nos enseñaban con el latín, es decir la “consecutio temporum” de los hechos y siempre creemos que, lo que está pasando ahora, está pasando por primera vez. Perder la memoria de las cosas es inevitable no solo porque el tiempo pasa, sino porque las cosas son una avalancha y la última noticia entierra a la penúltima sin dejarla respirar.

Me parece que al periodismo en Italia y en otras partes del mundo desarrollado, como lo llaman los que en él viven, le falta el respiro, la capacidad de caminar con paso no solo firme pero además seguidor. Si tuviera que explicarlo con un deporte, yo diría que el periodismo corre como un atleta de cien metros, que llega inmediatamente a la meta y después se para. Le falta el paso del corredor en un maratón, pues la carrera y la noticia continúan, pero él, el periodista, no va a estar y no la va a seguir, a esa noticia. Y esto también tiene mucho que ver con la ética.

Hago un ejemplo que me dolió y que me volvió a acercar a la Argentina. Yo me acuerdo que cuando vivía en Montevideo, de chico, hasta los trece años, para mi Buenos Aires representaba la modernidad. Y cuando iba con mi familia a la playa de Punta del Este, porteños, a mis ojos y recuerdos, eran aquellos que tomaban coca-cola en botella grande de vidrio (y después muchas veces y lamentablemente la dejaban en la arena…). Argentinos, quiero decir, eran los que vivían bien, mejor que los uruguayos y hasta tenían el dinero para tomar coca-cola grande en botella en la playa.

Cuando empecé a leer, en Italia, que en la Argentina habían niños que se estaban muriendo de hambre, y de hambre se murieron, no solo descubrí mi sentimiento de latino-americano herido, pero también el límite, insoportable, de la prensa italiana. Y de la prensa argentina y de la prensa del mundo entero.

La noticia sobre el pobre chiquilín sin nombre que se moría en la lejana Tucumán, se moría junto a él, duraba esas veinticuatro horas de dolor y de indignación, de preguntas sin respuestas -¿come puede pasar que el País con la carne más rica del mundo no tenga un churrasco para toda su gente?-, salía en la primera página de un diario un día y después se acababa para siempre.

Esto me parece un error y un horror y no es verdad que sea inevitable, como nos decimos entre periodistas para consolarnos de nuestras faltas. Esto es antiético, y es también antiperiodístico, pues la gente, los lectores, los espectadores quisieran saber todavía más sobre la historia de ese niño que se fue, de los otros pequeños desnutridos, de la desnutrición misma: sus causas, sus culpables, sus posibles salidas. Pero para nosotros los que trabajamos entre diarios y medios de todo tipo, llega el momento en que la cortamos esa historia, sobre cual la gente quisiera saber más. En fin, la noticia para nosotros que vivimos con ella y no vivimos sin ella, es siempre el hombre que muerde al perro y nunca el perro que muerde al hombre. En la selva multimedial de informaciones, la noticia tiene que ser lo más rara posible para que salga de la selva oscura y la publiquen los diarios o la difundan las radios y televisiones.

Claro que sí, la anomalía provoca más interés y curiosidad, es obvio, pero es un error imaginar che la normalidad no tenga derecho al cuento, y que el perro que muerda al hombre merezca la primera página solo si el hombre es un pobre hombre que se muere, o un rico y conocido hombre que se salva.

Quizás halla que cambiar a los antiguos criterios y prestar más atención, mucha más atención, a la vida normal de todos los días. Si lo hubiéramos hecho, si hubiéramos seguido desde Europa y desde Argentina los problemas de Tucumán antes de que explotaran, esos niños de Tucumán tal vez no se hubieran muerto de hambre. En este sentido se puede hablar de un genérico pero preciso principio del “bien común”, que fue la novedad, según los estudiosos, del decreto Inter Mirifica, o sea el bien común que no puede prescindir de la libertad de información.

Por supuesto, no es deber del periodista substituirse al trabajo del asistente social, del médico, de la familia del chiquilín o de la chiquita que se está por morir. El periodista es un testigo, no es un enfermero; es un cronista, no es un político; es un buscador insaciable de noticias, no es un detective. Ni tampoco es un adivinador. Pero yo estoy seguro que un buen periodista entiende perfectamente cuando es el momento de escuchar y cuando es el momento de gritar. Me parece que el drama argentino lo gritamos cuando había que escucharlo y lo escuchamos cuando había que gritarlo.

Y lo mismo pasa con los más horribles fenómenos de nuestro tiempo: el hambre y la miseria en el Sur del mundo, el terrorismo internacional, la guerra unilateral. En nuestras casas gracias a la televisión sabemos todo sobre Etiopia y Ruanda, sobre las Twin Towers y Bagdad, sobre Israel y palestinos, sobre la santidad de madre Teresa de Calcuta y la enfermedad de Juan Pablo II. Nunca en la historia de los pueblos estuvimos más y tan informados. Pero nunca estuvimos tan indiferentes e inciertos en los valores. A veces hasta nos preguntamos cuales son.

Como periodista siento el hecho casi como una derrota, pues además muchos colegas, y de todos los idiomas del mundo, dejaron a veces hasta la vida para que el cuento y el canto del siglo Veintiuno entraran en nuestras casas, para que todos supiéramos y viéramos las contradicciones de nuestro tiempo, el más adelantado en el progreso de la humanidad, pero el más solitario también: se caen las barreras y las fronteras, pero Tucumán sigue siendo solo una provincia de Argentina. El mundo está de la otra parte del mundo.

Por eso no puedo terminar sin recordar una de esas cosas que a los periodistas les quedan grabadas para siempre: la memoria también es ética. Fue el 14 de noviembre de 2002, a las 11 de la mañana. Por primera vez en la historia de Italia, un Papa entraba en el Parlamento de la República. Juan Pablo II, el único vestido de blanco en una Cámara de mil colores y parlamentarios, habló también de ética y periodismo. Dijo: “Non meno importante è il clima morale che predomina nei rapporti sociali e che attualmente trova una massiccia e condizionante espressione nei mezzi di comunicazione: è questa una sfida che chiama in causa ogni persona e ogni famiglia, ma che interpella a titolo peculiare chi ha maggiore responsabilità politiche e istituzionali”.

Es más. Casi cuarenta años después del decreto Inter Mirifica el Papa relanzaba el concepto de “bien común”, del “respeto del hombre por el hombre”, de la solidariedad y de la unidad de pueblos y de patrias. Y así finalizaba su discurso: “Da questa antichissima e gloriosa città, da questa “Roma onde Cristo è Romano”, secondo la ben nota definizione di Dante, chiedo al Redentore dell’uomo di far sì che l’amata Nazione italiana possa continuare, nel presente e nel futuro, a vivere secondo la sua luminosa tradizione, sapendo ricavare da essa nuovi e abbondanti frutti di civiltà, per il progresso materiale e spirituale del mondo intero. Che Dio benedica l’Italia!”.

Desde ese día me fue aún más claro che ética para un periodista, que ya vive de palabras, no puede ser una palabra más. Puede ser solo  un ejemplo. El ejemplo laico de Indro Montanelli, el ejemplo institucional de la Constitución italiana y el ejemplo católico de Juan Pablo II. Como decía Borges, “bajo cualquier latitud estamos en Roma”.

(Capítulo de mi libro “El puente más largo”, Instituto Italiano de Cultura en Uruguay, Montevideo, 2003)