Volver

Vivir y trabajar en Italia, la patria de Dante y de la Ferrari -pero también del Papa polaco, huracán de paz- no es un privilegio para quién nació en Uruguay: es la continuación de un camino de libertad sobre el Atlántico, el océano de los viajeros que buscan, sin encontrarla, la razón de su vida. Gardel viajó a Europa para explicar al mundo que la nostalgia se puede cantar, y que el tango es la religión de los humildes como el vals el ateísmo de los ricos; Garibaldi viajó a Latinoamérica para enseñar al mundo que riquezas y pobrezas viven sólo en el alma de cada uno. Pero afuera puede haber injusticia y si hay, hay que combatirla. Claro que Gardel y Garibaldi fueron los Maradona (mejor dicho: los Ghiggia y Schiaffino) de sus distintas épocas, mitos que surgen en la Roma eterna o en la misteriosa Tacuarembó y que los siglos se encargan de devolverlos a sus pueblos. Porque los ídolos verdaderos son esa gente del pueblo, esos viajeros sin apellidos pero con mil sueños, que hicieron como y mejor que Carlitos y que José: nos dieron la posibilidad de unir la memoria italiana, que es el tesoro más antiguo de Europa, y tal vez de la humanidad, con el futuro uruguayo, que es la esperanza más moderna de Latinoamérica, y tal vez la más humana. “Volver”, cantaba Gardel y Garibaldi, sin cantar, iba y volvía, muchos años antes. Creo que un uruguayo y a la vez italiano, como yo mismo soy y me considero, pueda llevar, humilde, sus raíces por el mundo como un charrúa del Renaciminento: con rebelde felicidad.

Publicado en el diario El País, Uruguay, en el año 2004